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ElВ toque. El libro de relatos de amor
Gleb Karpinskiy


El libro Toque estГЎ compuesto de ocho relatos mejores de amor que han sido escritos por el autor en momentos distintos y que se destacan por su lenguaje vivo y rico, con elementos de un ligero erotismo. Los relatos nos hacen pensar en el verdadero propГіsito del hombre y la mujer. El autor crea cuidadosamente una sensaciГіn de que los acontecimientos descritos son reales. El libro ha sido traducido en espaГ±ol, inglГ©s y francГ©s y ha tenido una buena acogida del pГєblico.





ElВ toque

El libro de relatos de amor



Gleb Karpinskiy



Photograph Gleb Karpinskiy

Translator MarГ­a Labay



© Gleb Karpinskiy, 2020

© Gleb Karpinskiy, photos, 2020

© María Labay, translation, 2020



ISBNВ 978-5-4498-9683-4

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Playa quieta


Ella llegó a las Islas Canarias por primera vez, aunque se moría de ganas por hacerlo desde hacía mucho tiempo. Se alojó en Las Américas según la recomendación de un viejo amigo suyo y pronto, con una prisa y energía inherente, ya recorrió a lo largo y ancho todos los lugares equivocados de la isla “canina”. Todo le parecía super estupendo. Tuvo un montón de impresiones y de fotos. Los selfies se subían a la red con gran regularidad, pero luego ella se aburrió tan inesperadamente e intensivamente que pasó en el hotel casi toda la semana, como si tuviera fiebre que le había quitado las fuerzas, y dejó a los suscriptores sin ningún conocimiento de que hacía. En algún momento incluso se preocupó seriamente en su salud mental y se puso a consumir en abundancia la bebida favorita de los conquistadores: el ron. Solo cuando le quedaban cuatro días antes de regresar al continente para recobrar la sobriedad y centrarse en el trabajo, como lo demandaban las circunstancias, ella de nuevo se sintió llena de energía. La diferencia era que aquella energía recobrada ya no la llevaba a buscar los entretenimientos ruidosos, sino que la inspiraban a concentrarse en sí misma y pasar el resto del descanso en completa privacidad, disfrutando de la armonía con la naturaleza. Siempre se hacía amistades nuevas con la facilidad sorprendente, así se puso las gafas de sol para no ser reconocida por ninguno de sus amigos recién hechos y comenzó a salir a escondidas por las noches para pasear de incógnito por el área. Incluso adquirió zapatillas de deporte livianas, una camiseta y pantalones cortos para caminar por las piedras con mayor comodidad, aunque siempre se vio a sí misma muy conservadora y había seguido la regla estricta de que una verdadera mujer francesa no debería en ningún caso salir sin vestido y tacones.

Especialmente le encantaba pasear por las playas nocturnas de Adeje, cerca de algГєn pueblo de pescadores cuyo nombre nunca recordaba. Le gustaban el terraplГ©n elegante que sumaba las playas en una entidad Гєnica y las puestas de sol increГ­blemente hermosas. AllГ­, acompaГ±ada con el susurro de las hojas de palmeras y el golpeteo de las olas, pasaba ratos largos mirando al ocГ©ano y al sol que se estaba ahogando en las olas poderosas, y contaba, sin nada para hacer, las pequeГ±as embarcaciones que balanceaban sobre aquellas olas, pareciendo ser unas gaviotas blancas. Pero los Гєltimos dГ­as idГ­licos fueron interrumpidos por la convenciГіn de los surfistas. En enero en la isla habГ­a de celebrarse un gran evento anual y por eso todos los caminos que llevaban aВ las playas pronto fueron atascados por autobuses desde Europa y el ГЎrea mismo de Las Americas fue abarrotado por muchedumbres locos casi desde todo el mundo que gritaban, hacГ­an mucho ruido y, sujetando algГєn tipo de tablas bajo los brazos, iban buscando la muerte en el ocГ©ano profundo.

Alguien local, puede que un mГєsico callejero de la Milla de Oro, una vez le contГі aВ ella sobre los hippies y los aficionados aВ la meditaciГіn que se habГ­an tomado como su sitio favorito una de las playas salvajes con arena volcГЎnica negra en alguna parte de la costa oeste.

– Es literalmente una faja de tierra de unos cincuenta metros, señora —le narraba, tocando las cuerdas de nailon y extrayendo los motivos españoles—. Ni siquiera se puede aproximarse desde el océano. En el agua de allí se esconden piedras afiladas y bancas de arena. Quizás es el lugar más privado de toda Tenerife.

SegГєn Г©l, llegar aВ aquel lugar no serГ­a fГЎcil incluso para los guГ­as que sabГ­an todo sobre la isla, es que la cuenca estaba bien ocultada entre las rocas inabordables, pero este tГ­o afirmaba que conocГ­a el camino secreto hacia el ocГ©ano, un sendero estrecho y serpenteante de la montaГ±a, y le decГ­a que por cincuenta euros pudiera andar allГ­ en bicicleta con cualquier que lo deseara. Pero entonces esa propuesta de visitar juntos un sitio desconocido le pareciГі aВ ella demasiado arriesgado. Pero dado aВ las circunstancias nuevas el lugar escondido de miradas indiscretas la atraГ­a, haciendo olvidar del instinto de autoconservaciГіn, y ella decidiГі preguntar al mГєsico mГЎs detalles. Ese aВ menudo pasaba tiempo tocando la guitarra, mientras estaba sentado descuidadamente en un banco bajo una palmera cerca de una la cafeterГ­a, por lo que no fue difГ­cil encontrarle.

– ¡Si aquel sitio también está invadido por estos surfistas, el otoño siguiente voy a votar por los nacionalistas! —confesó ella, luchando con el viento de enero.

Justo en aquel momento una multitud de personas con tablas de surf salieron del hotel y pasaron corriendo, aparentemente apuradas por la posibilidad de atrapar una granВ ola.

– ¡Qué está diciendo, señora! —El músico tomó su último comentario como una broma—. Le aseguro que este es un lugar ideal para aquellos que intentan encontrarse a sí mismos. Mañana al primer grito de gallo nos embarcamos juntos en una búsqueda de silencio. Será un gran viaje.

Para discutir los detalles de la ruta y conocerse mejor ellos decidieron detenerse en el cafГ© para unos cinco minutos y ella se quedГі muy contenta no solo por queso de cabra frito con mermelada de pulpo y vinagreta, sino por la conversaciГіn.

– Aquí sirven mi café favorito, señora —sorbió con entusiasmo de la taza—. Quizás es el mejor en Tenerife, igual de bueno que el de Strasse.

TomГі otro trago disfrutando del sabor y ella de forma inequГ­voca determino con la experiencia de una mujer madura un gran potencial amoroso de ese tipo divertido.

– Pues, ¿no habrá nadie en esta playa?

– Si tendremos suerte, señora. Tal vez habrá un par de carpas. Después de todo no soy el único quien conoce el camino tan apetecido… Pero puedo asegurarle que todas estas personas se quedarán fuera de nuestro espacio, sin hacer preguntas o algunas insinuaciones estúpidas… Ellos van a meditar, y respecto a nosotros, pondremos una gran toalla blanca sobre la arena negra y nos entregaremos a los sueños.

Ella le miró con una pregunta. La palabra “entregaremos” salió de sus labios calientes de café con un toque sexy, y ella lo captó y sintió un sabor agradable de algo ya olvidado, pero no se volvió sospecha como lo habría hecho antes, pero le devolvió la sonrisa. Al fin y al cabo, ese chaval era unos veinte años más joven y le agradaba su compañía.

– Nos entregaremos a los sueños… —repitió ella con fascinación, saboreando cada sílaba—. Bien dicho, Diego.

– Vamos a permanecer en silencio, escuchando el susurro de las olas —continuó tentarla, chasqueando los labios—. ¿Usted no está en contra, señora, si voy a tomar una taza de café más?

Ella asintiГі ansiosamente al camarero.

– ¿Qué puede decirme de Las Americas? —preguntó ella un poco más tarde, mirando a los ojos negros de su interlocutor peculiar.

– Pues, ¿qué le digo? Este lugar, señora, solía ser un desierto. Aquí no había ninguna ciudad turística. Mi bisabuelo trabajaba aquí elaborando sal a partir del agua del mar… Luego unas personas emprendedoras crearon aquí un cuento de hadas, trajeron un montón de arena del Sahara. Es difícil de creer que cuando era pequeño casi me cayó bajo el brazo de una excavadora. Este estaba a punto de cortarme por la mitad. ¡Mire, señora! —y el narrador de repente se levantó el suéter desgastado y comenzó a jactarse, mostrando sus abdominales marcados en los apenas se podía notar la cicatriz de la apendicectomía—. Desde entonces mi madre, gratitud a San Antonio, dice que nací bajo buena estrella.

AВ la turista un poco desalentГі esa menciГіn de la madre que debГ­a haber sido la mujer de su edad y ella incluso comenzГі aВ mirar aВ su alrededor para entender si alguien la miraba con ojos crГ­ticos, creyendo que se estaba contratando un puto. Pero nadie les prestaba ninguna atenciГіn y ella incluso quitГі las gafas.

– Todo pasará bien, señora —continuó disipando sus dudas—. Lo principal es saber pedalear…

– No te preocupes, sé como montar una bicicleta —le aseguró—. Mi ex esposo dos veces ganó el maillot de la montaña en el Grande Boucle y me enseñó algo durante veinte años de nuestro matrimonio.

– No estoy cuestionando sus habilidades, pero el camino es super empinado… Por eso le advierto de inmediato que usted deberá ser paciente, pero esto valdrá la pena…

Ella ya habГ­a pagado la factura y es ese momento estaba disfrutando del excelente chapo frГ­o que el camarero le trajo para el camino.

– Las dificultades no me dan miedo, Diego. Existen para superarlas, y yo tengo más que suficiente paciencia para hacerlo.

– ¡Bien, señora! —dijo él alegremente y le extendió su mano para despedirse de ella de una manera amistosa.

Curiosamente, ella no querГ­a separarse de este joven despreocupado, y ella le miraba, tratando de entender si tenГ­a algunos defectos. Pero aparte de la juventud, en este chaval no habГ­a nada vicioso y ella, satisfecha, prefiriГі despedirse de Г©l con un beso en la mejilla. Al menos ese fue la Гєnica persona que le mostraba algo de comprensiГіn.

Temprano en la mañana, según lo acordado el día anterior, ella vino al puesto de alquiler de bicicletas y equipo para montarlos, pero su guía no se presentó y ella lo esperó hasta la noche, moviéndose de un café a otro y maldiciendo esta palabra española favorita “mañana”. Sin embargo, luego él vino también, explicó que había tenido una buena razón para demorar y que mañana seguramente irían a la playa quieta.

– Váyase a casa y no se preocupe, señora —le dijo, besándola de nuevo en la mejilla.

No durmiГі bien toda la noche, tenГ­a sueГ±os llenos de erotismo barato, y aВ la maГ±ana siguiente ya estaban montando las bicicletas aВ lo largo del ocГ©ano. Г‰l estaba adelante y ella un poco detrГЎs, aВ veces echando vistazos aВ sus nalgas infladas y observando la facilidad con la que pedaleaba.

“Probablemente va al gimnasio de vez en cuando” —decidió, sintiendo en la siguiente subida que ya se estaba cansando y decidió que al regresar al continente iría a cambiar su entrenador.

QuerГ­a gustarle al Diego, gustarle como una persona, sin ningunas implicaciones saturadas sexuales oВ coqueteo. No habГ­a sentido esta emociГіn particular desde hacГ­a mucho tiempo, impresionar aВ los hombres nunca era difГ­cil para ella y este papel de una segundona no le daba ningГєn beneficio apreciable y la deprimГ­a mucho. Varias veces ella intentГі alcanzar Diego en la pista, pero cada vez Г©l huГ­a hГЎbilmente de esa persecuciГіn compulsiva y se reГ­a despreocupado. Estaba enojada, pero no se rendГ­a, esperando el viento favorable oВ algГєn error de Diego, y siendo una mujer sofisticada estaba inventando una terrible venganza. AВ veces, sobre todo en los descensos serpenteantes, Diego se apartaba mucho de ella, mientras en los tramos llanos mantenГ­a burlГЎndose la corta distancia y cada vez que su compaГ±era se le acercaba significativamente Г©l se aceleraba.

Ese paseo espontГЎneo en bicicleta le recordГі aВ ella su juventud lejana, y como si fuera una muchacha se quitГі el casco y se soltГі el pelo rГЎpidamente atrapado por el viento de la costa. ParecГ­a los viajes con su marido cuando los fines de semana ellos juntos fueron aВ andar en bicicletas de ParГ­s aВ Reims para montar por los viГ±edos extensos y disfrutar del aire mГЎs puro de la ChampaГ±a. La diferencia era que durante aquellos viajes ella siempre estaba por delante e incluso cuando Jules se hizo famoso despuГ©s del Tour de Francia Г©l siempre le cedГ­a el primer lugar.

Siempre recordaba a su ex esposo cuando los tiempos eran especialmente difíciles como si por inercia buscara su protección y simpatía. Después del divorcio la comunicación entre ellos casi se terminó, excepto los pocos casos cuando arreglaban algo en presencia de su abogado. Sí que ella le desplumó a Jules, pero las cosas podrían haber sido aún peores para él…

“Oh, pobre y patético Jules” —dijo con cierta amargura cuando un coche redujo la velocidad a su lado, haciendo sonar bocinas y parpadeando con los faros.

Dentro del coche vio aВ una compaГ±Г­aВ de

unos jГіvenes gay en chaquetas rosas y con orejas de liebre echas de espuma en sus cabezas. Todos estos chiquitos conejitos se pegaron contra las ventanas y le mostraron aВ ella signos de su aprobaciГіn, como si la apoyaran en esta maldita carrera larga. Diego, burlГЎndose, se levantГі un poco, moviendo activamente las caderas y tomГі mucha velocidad. SГ­, se veГ­a muy diferente en ropa deportiva y sin una guitarra.

De repente aВ ella se le ocurriГі la ridГ­cula idea de regresar antes de que fuera demasiado tarde y hasta que no alejaran mucho Las AmГ©ricas. ВЎAl diablo con los cincuenta euros y la arena virgen de color negro! Ella no conocГ­a nada sobre este hombre y no sabГ­a que ese tenГ­a en mente. ВїY si era un manГ­aco que atraГ­a ricas idiotas aВ las montaГ±as, oВ incluso peor, era un liberal con todos esos gustos perversos y en su mochila divertida que llevaba detrГЎs de sus anchos hombros tenГ­a un lГЎtigo con bolas de metal y un juego de esposas de policГ­a?

– Diego, ¿cuánto más? —llamó al compañero, pedaleando con esfuerzo.

Г‰l mirГі hacia atrГЎs, mostrГЎndole su cara roja empapada y sonriГі, seГ±alando con condescendencia hacia un aparcamiento improvisado cerca de la valla.

– He dicho ¿cuánto tiempo más tenemos que arrastrarnos allí? —preguntó ella, mientras echar un vistazo al agujero de púas cubierto de polvo que crecía en las rocas y se asombró de cómo la planta pudo sobrevivir en tales condiciones severas.

Se detuvieron, pero no se bajaron de sus bicicletas.

– Ya estamos cerca, señora —tomó un sorbo de la botella y sin mirar, como si fuera un gesto completamente inconsciente, le ofreció a la mujer esa agua, quizás mezclada con su saliva.

Ella pasГі por alto esa falta de tacto. Tal vez no ese comportamiento era habitual para su guГ­a y no habГ­a nada malo en ello. Sin embargo, su ex-marido, por supuesto, nunca se comportarГ­a asГ­. Era un hombre muy educado y aristocrГЎtico, todo el pedigrГ­ de sangre azul, e incluso cuando ella pidiГі el divorcio y ellos discutГ­an la cuestiГіn de dividir los bienes, Г©l le dejГі el derecho de elegir primera.

“Después de todo, que ese español presuntuoso piense que soy feminista” —decidió, tomando el agua con avidez.

Además, tenía muchas ganas de beber y ella no dejó ninguna posibilidad para nadie más. Diego sonrió. Estaban en un espacio abierto con vistas al océano y el viento allí era particularmente furioso. Involuntariamente ambos echaron un vistazo a la costa sinuosa. Era el momento de marea baja, la onda se había alejado mucho de la orilla y en algún lugar desde el horizonte estaba regresando una nueva onda grande… La mujer de repente imaginó que alguien ya se estaba volando sin miedo en una tabla bajo las gaviotas en el cielo.

– Sí, para los surfistas es un paraíso —dijo Diego al notar su mirada indignada y sonrió—. ¡Pero no se preocupe, señora!” En el lugar a donde nos dirigimos le esperan solo las ondas y nada más.

De nuevo se pusieron en marcha y sin que ella lo notara se adentraron en las montaГ±as por un camino estrecho sin pavimentar. Diego, como siempre, se veГ­a infatigable. AВ ella tambiГ©n la subida no le parecГ­a difГ­cil y cuando salieron de la carretera ruidosa, incluso tuvo tiempo para disfrutar del canto de los pГЎjaros del bosque y estaba mirando con curiosidad los ГЎrboles que crecГ­an densamente aВ lo largo del sendero, comparГЎndolos con los castaГ±os franceses. Pero luego, cuando el ascenso empezГі aВ requerir muchos esfuerzos y ellos tuvieron que bajarse de la bicicleta y subir aВ pie, pisoteando la hierba degradada, ella volviГі aВ sentir aquella emociГіn revanchista e intentГі cortar el camino por los senderos secundarios. Pero de esa manera solo hizo su propia vida mГЎs problemГЎtica, mientras que el guГ­a no miraba para atrГЎs y no la daba la mano en los tramos difГ­ciles. No estaba acostumbrada aВ ese tipo de esfuerzo y por eso le empezaron aВ doler los mГєsculos de los pies y la espalda, y ella de nuevo recordГі aВ Jules. En tales momentos la llevaba en sus brazos.

– Diego, ¿tienes novia? —de repente preguntó ella por alguna razón.

– Sí, señora. Vivimos en la casa de sus padres aquí cerca.

– ¿Y a qué se dedica?

– Está estudiando, como todos.

La conversaciГіn no fue bien y ella prefiriГі no preguntar mГЎs aВ su guГ­a ningunas cosas personales. ParecГ­a que el sol llegГі al cenit, pero sus rayos apenas penetraban entre las copas densas de los ГЎrboles. El camino se volviГі cada vez mГЎs bifurcado, incluso aВ veces se dividГ­a en tres, pero el guГ­a elegГ­a la vГ­a sin duda alguna, solo una vez tuvieron que volver aВ la intersecciГіn anterior y girar aВ la izquierda hacia el descenso. En esta oscuridad misteriosa ella de repente pensГі que ellos se habГ­an desviado completamente.

– Me parece que la bici que me han dado es completamente desgastada. Cruje como un lecho de los recién casados.

– Y a mí me gusta la mía —se rio Diego, montó su bicicleta enseguida y se dirigió a la deriva bastante plana y artificialmente hecha de piedra.

– ¿Quizás cambiemos? —ella le insinuó explícitamente.

– ¡Qué va, señora! Este es de cinco velocidades y me temo que usted no pueda manejarlo en las curvas. Soy responsable por usted.

Por un lado allГ­ realmente habГ­a un precipicio peligroso con una valla baja, tan baja que equivalГ­a aВ una parodia, y por el otro lado se elevaba una pared rocosa alta y escarpada y las ramas de los ГЎrboles que arrastraban por la piedra les tocaban las cabezas, asГ­ que incluso tenГ­an que agacharse. ApareciГі una seГ±al de advertencia, ese decГ­a que no se podГ­a continuar en coche, pero de verdad solo un idiota para se arriesgarГ­a pasar por allГ­ incluso en moto. Ya no pedaleaban, solo reducГ­an la velocidad. AВ lo largo de la pendiente las ruedas se giraban sin su ayuda, el sonido de las olas se hacГ­a mГЎs claro y el viento que llegaba por parte del ocГ©ano soplaba mГЎs fuerte. Luego alcanzaron la parte saliente de la montaГ±a y vieron unas cabaГ±as abandonadas hechas de piedra y cuevas excavadas en la arenisca. Como se podГ­a juzgar por los trapos colgados en las cuerdas extendidas y la presencia de las bolsas de basura, allГ­ vivГ­a gente vivГ­a. Sorprendida, ella mirГі aВ Diego.

– Los apartamentos más lujosos de la isla, señora —se rio—. El océano aquí está cerca del peñón, salgas de la cabaña y puedes respirar profundamente… Pero la playa a la que dirigimos nosotros está un poco más lejos. ¡Está detrás de aquella roca!

Ella mirГі la cadena negra rocosa que estaba en su camino hacia el lugar deseada y suspirГі profundamente. Ya no tenГ­a fuerzas para nada y luego estaba esta arena en la que ataban mientras iban hacia las cuevas.

AВ la entrada de una de las cuevas estaba sentada de rodillas una pequeГ±a niГ±a de piel negra, ella jugaba en la arena con su muГ±eca. AВ su lado habГ­a un ГЎrbol navideГ±o artificial decorado no con juguetes uВ oropeles, sino con fotos y recortes de revistas con imГЎgenes de perros de diferentes razas. Todo eso se movГ­a y susurraba en el vientre, como si quisiera atraer la atenciГіn, y la mujer incluso le preguntГі aВ Diego en voz baja:

– No sabía que este es el año del perro.

– No, no —él sonrió—. Es que la niña sueña con tener perro.

La chica tambiГ©n sonriГі, mostrando sus encГ­as desdentadas. Diego la saludГі con cariГ±o y la pidiГі en espaГ±ol que llamara aВ algГєn adulto para que ese cuidara las bicicletas. Ella asintiГі y siguiГі jugando con su muГ±eca. Los ciclistas desmontaron de las bicicletas. Para alcanzar la playa tendrГ­an que escalar tras las piedras negras. Diego chasqueГі los dedos, mostrando aВ su cazadora por silenciosa que necesitaban agradecerle un poco aВ la chica, y ella encontrГі en los bolsillos de los pantalones cortos unos cuantos billetes arrugados.

– No te darán cambio —notó Diego cuando ella entregó el dinero a la chica.

La niГ±a inmediatamente dejГі de jugar, cogiГі el dinero y corriГі adentro de la cueva. Pronto saliГі un flaco hombre blanco de pelo largo, estaba vestido de ropas rotas. Г‰l levantГі la mano en un gesto amistoso y Diego tambiГ©n le respondiГі con la mano. Ellos se intercambiaron unas frases sobre el tiempo.

– ¿Cómo se ganan la vida? —preguntó ella al guía un poco más tarde.

– Se puede comprar hierba aquí.

– ¿Les conoce bien? ¿El hombre es su padre?

– Pues no, no muy bien. Pero es una isla pequeña, señora. Cada uno conoce a todos—, evadió contestar otras preguntas.

Ella mirГі con curiosidad aВ su alrededor, explorando la vida de las personas que vivГ­an allГ­. Su atenciГіn atrajo la mesa con libros que estaba hecha aВ mano y colocada al aire libre. Los libros eran viejos, con pГЎginas grasosas. Ella se detuvo y hojeГі unas de ellas.

– Como puede ver, también venden libros, sobre todo para veganos y en inglés —sonrió Diego.

Bajaron un poco mГЎs cuando vieron que la chica estaba siguiГ©ndolos y se detenГ­a cuando se detenГ­an ellos.

– Es casi de edad escolar —dijo la mujer.

– No hay ningún problema con eso —respondió Diego—. Mi sobrino también va a la escuela este año. Aceptan a todos, incluso los niños migrantes. No hacen diferencias.

– ¿De dónde aquí llegan todos estos migrantes?

– Estamos cerca de África. Cuando hace mal tiempo cerca de la costa a menudo aparecen balsas y barcos marruecos. Para ellos somos una especie de punto de tránsito en el camino hacia otros países europeos.

Antes de continuar el camino aВ su playa quieta los viajeros decidieron mojarse los pies en el ocГ©ano frente aВ las cuevas. AllГ­ habГ­a una franja costera de cien metros como mГЎximo con palmeras raras creciendo en ella. La arena volcГЎnica sucia se esparcГ­a en las manos como pГіlvora. La marea aГєn no habГ­a terminado y en el banco de arena descubierto vieron aВ dos jГіvenes hippie en largos vestidos sueltos que estaban recogiendo y embolsando la basura. Toda la basura, colillas, botellas de plГЎstico y vidrio, restos de los fuegos artificiales de AГ±o Nuevo se quedГі en el agua despuГ©s de haber sido arrojados por unos cruceros y luego las olas de la marea anterior tiraron todo eso hacia la costa.

En la misma seguida que las muchachas vieron aВ Diego, se echaron aВ correr hacia Г©l para besarle unas cuantas veces, no prestaron ninguna atenciГіn aВ su compaГ±era confusa, como si no les sorprendГ­a su presencia.

“Tal vez traiga allí las mujeres frecuentemente” —sugirió, sintiendo lo que era estar celosa, mientras que ellas estaban charlando entre sí.

Ella estaba atenta a sus palabras, pero no pudo entender su español fluido, se quitó el calzado y pasó mucho tiempo caminando sobre la arena húmeda con cierta sensación de incomodidad. Las muchachas seguían hablando y riendo, mirándola de reojo. “Qué bueno es su pecho "—fue lo único que ella oyó tras el silbido del viento y eso la hizo enfadar aún más. Decidió actuar por si misma y sin esperar a Diego se dirigió a las piedras negras, sola y toda desafiante.

– ¿Qué se cree este chico insolente? —se dijo a sí misma, buscando un paso cómodo entre las piedras…

Dentro de un rato ya estaban acostados en la playa uno cerca del otro y conversaban, compartiendo sus impresiones.

La playa quieta les parecГ­a un cuento de hadas que merecieron por superar el camino largo y agotador, era un lugar maravilloso, bello y desierto, nadie y nada les molestaba, excepto las rГЎfagas de viento, pero aГєn ellos eran delicados y les atacaban de manera tan cuidada como si pidieran permiso.

– Es un lugar donde se quiere quedarse para siempre, mirando al océano en espera de una gran ola a llegar —confesó, sacando el paquete de los cigarrillos Esse y el encendedor.

Diego no fumaba, pero esa vez cogiГі el cigarrillo ofrecido.

“Muerte dolorosa” —ella pensativamente leyó la inscripción aterradora que había en el paquete de cigarrillos. Solía ver todo eso con gran escepticismo, porque la cantidad de los fumadores a su alrededor no se reducía y la hacía pensar que tales eran no más que una parte de un truco de marketing de las tabacaleras. “Dame el con ceguera… ¿Y hay cáncer de garganta?” —hacía bromas con los vendedores y ellos, teniendo como orientación todas esas fotos terribles, rápidamente encontraban lo que necesitaba. Pero en aquel momento en la playa la inscripción hecha en grandes letras gritonas le hizo pensar involuntariamente en que la vida era finita y que a cualquiera criatura, incluso la más feliz del mundo, le esperaba su final…

– No eres un fumador —ella le dio una sonrisa triste, cuando Diego se puso a toser por no estar acostumbrado al tabaco.

Tratando de no toser, agitГі sus manos y fumГі otra calada. Esta vez lo hizo con confianza y ojos entrecerrados.

– No tienes que sufrir sola —dijo pensativo.

Fue aquel momento sagrado de la reconciliación cuando involuntariamente empezaron a tutearse y todos los resentimientos pasados se dejaron por detrás de las piedras negras. Tuvieron suerte. La playa estaba desierta, solo ellos dos estaban acostados en la arena, contemplando el lienzo azul del océano. Excepto que ella sentía la presencia de alguien quien los observaba, escondiéndose detrás de las piedras grandes, y suponía que ese alguien podría haber sido aquella pequeña chica africana. Varias veces la mujer captó en sí su atenta mirada invisible, pero con cada vez se hacía más acostumbrada a esa sensación y pronto ya lo ignoraba. Mañana tendría que regresar a París y dejar para siempre la isla “canina”, y la despedida tan inusual con ese lugar le parecía bastante bueno.

Diego, como lo habГ­a prometido, puso sobre la arena negra una amplia toalla blanca. HacГ­a un tiempo fenomenal. El sol brillaba, rellenando todo el espacio con la luz cГЎlida dorada. El viento fresco y salado silbaba, ya sintiendo de antemano que pronto vendrГ­a la primavera, y les arrancaba la ropa y el pelo, y los dos, excesos de emociones, estaban mareados.

ВїPero con quГ© en ese momento soГ±aba ella y con quГ© soГ±aba Г©l en un lugar tan remoto, tete-a-tete con el ocГ©ano? Una gran ola espumosa, brillando en el sol como un mil de diamantes, acabГі de golpear la orilla sin llegar aВ ellos unos cuantos pasos. Ya se habГ­an quitado la ropa exterior y sus cuerpos ansiosos por las caricias amorosas estaban abiertos para esa fuerza de naturaleza. El hombre quiso tocar aВ la mujer, y paso suavemente su dedo alrededor de su cuello y luego por el hombro. Ella no se apartГі, porque ya llevГі mucho tiempo esperando su ternura, Г©l le tocГі el pecho, su dedo deslizГі por encima del traje de baГ±o. Le gustaban sus toques lentos y empezГі aВ gemir un poquito, ayudГЎndole y mostrГЎndole que Г©l estaba haciendo lo correcto. Entonces Г©l pasГі su mano bajo su sostГ©n y ella gimiГі de voz mГЎs alta.

“Aun así, Jules no se lo permitía…” —pasó por su cabeza cuando ella se inclinó hacia atrás, poniendo sus manos detrás de la cabeza.

Sin saber por qué, ella sonrió al cielo, mirándolo a través de las lentes oscuras de las gafas, y pronto cerró los ojos cuando la mano de su amante joven bajó en su estómago y se metió bajo sus braguitas. Los restos finales de la decencia fueron barridas por el viento que estaba enfriando en vano la excitación de sus cuerpos ardientes de pasión, mientras que la diferencia de edad y estatus social fue instantáneamente arrastrada por una nueva ola. Los dedos musicales de Diego como si tocaran algún instrumento, forjando el fuego de la pasión en las teclas del alma frustrada de la mujer y ella le acompañaba con dulces gemidos y la respiración rápida. Luego la tomó, cubriendo con su torso poderoso todo el lienzo del océano, y ella estaba retorciendo bajo su cuerpo, sintiendo con la piel ese poder destructivo y al mismo tiempo su propia resignación, era como una serpiente atravesada con precisión por una lanza. Sus labios mantenían en un contacto doloroso, él la besaba por todas partes, como si se hubiera vuelto loco, y ella le rascaba la espalda, estaba envolviendo ajustadamente su torso con las piernas… Él le decía algo desbocado, obsceno, a veces susurraba sus melodías españolas, y ella reconocía su talento indiscutible de un seductor y, aunque ese no fuera razonable, con cada movimiento furioso de sus caderas anchas se estaba enamorando de él como una completa tonta. En algún momento quiso cantarle La Marsellesa, pero no pudo recordar la letra, se olvidó incluso su propio nombre. Puso las palmas sobre sus nalgas infladas del hombre y con los ojos cerrados se sometió al destino.

De repente recordГі de la niГ±a que quizГЎs estaba espiГЎndoles, y se lo contГі aВ Diego. Г‰l tomГі su conjetura por la sospecha excesa y se rio, pero se apartГі e intentГі cubrirles con el borde libre de la toalla ancha. Ella comenzГі aВ acariciarlo allГ­ con sus manos y la boca, y Г©l tambiГ©n continuГі acariciГЎndola con las manos. La mujer se estremeciГі casi inmediatamente y se corriГі. Luego Г©l se inclinГі hacia atrГЎs como un vencedor, dejГЎndola hacer con Г©l lo que ella quisiera. Y todo lo que ella hizo despuГ©s, al cubrirse junto con la cabeza, durante mucho tiempo permaneciГі siendo un misterio para la mirada externa.

Le gustaba hacerlo y cada vez se asombraba mГЎs de lo bueno que era el autocontrol del hombre. Luego, sintiendo el sabor de su semilla, volviГі aВ sentir la melodГ­a de sus dedos sensuales, y tenГ­a orgasmo tras orgasmo, gimiendo y gritando fuertemente hasta que cayГі, finalmente exhausta, sobre su pecho y pasГі un rato largo escuchando el ritmo loco de su corazГіn. Una rГЎfaga fuerte de viento desgarrГі el borde de la toalla y ellos permanecieron desnudos en la palma de su dios feliz.

– Nunca antes había tenido un amante tan apasionado —susurró ella con el sonido de la ola costera.

– ¿Y su marido? —preguntó él, abrazándola por sus hombros y admirando desde arriba sus pechos con los pezones grandes y pronunciados—. Dijiste que estuviste casada por mucho tiempo…




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